El campeón mundial y panamericano con Argentina cuenta como fueron sus inicios en el vóley, su amor por Ferro y como un accidente que pudo ser fatal, le cambió la vida para siempre. Además, habla sobre las dificultades que implica jugar en el país, como vivió el estallido de la guerra estando en Europa y su desconocida faceta como humorista.
Practicó muchos deportes, pero el vóley lo terminó marcando. Ferro fue quien lo vio nacer y también quien lo disfrutó cuando ya era un deportista consagrado. Germán seguía siendo muy joven y un futuro lleno de éxito se avizoraba hasta que la muerte coqueteó con él. Un profundo corte en una de sus manos estuvo a punto de arrebatarle todo, pero se levantó. El humor le ayudó y mucho en la recuperación y de ahí en más, nunca lo dejó de lado. El resto, es historia pura.
La rompió en Europa, representó al país en varias ocasiones y se dio el lujo de colgarse la medalla del primer puesto en dos oportunidades. Asimismo, y tal como él lo define, el 2017 fue el mejor de su carrera. ¿El motivo? Se alzó con la Copa del Mundo Sub 23, pero no como cualquier integrante más del plantel, sino elegido como el mejor jugador de la competencia.
Con respecto a lo personal, un distinto. En cada palabra que expresaba entre las tantas anécdotas e historias que tenía para contar, la humildad, los pies sobre la tierra y la sonrisa dibujada en su voz no pasaban para nada desapercibidos. “De chiquito siempre me gustó hacer reír y ser divertido”, algo que ha primera impresión, habla de lo que es y como vive día a día.
–¿Cambió mucho el vóley en Argentina desde que te fuiste? Cuando empecé (2011) la liga era muy fuerte. Ahora, por falta de presupuesto, muchos jugadores han emigrado producto de la situación económica. Eso principalmente hace que ya no sea lo mismo, pero de a poco se va ir reconstruyendo.
–¿Los logros actuales de la selección alcanzan para profesionalizar más a los clubes? Son dos cosas diferentes, sin embargo, la medalla de bronce en Tokio y todo lo que se está haciendo bien, hace que el vóley sea más visible. Ahora, los chicos quieren jugar, ir a los clubes y eso le va hacer bien al deporte. Hay que seguir por este camino.
–¿Qué significó para vos vestir la camiseta argentina y ser campeón? Cuando empecé a jugar, el objetivo máximo siempre fue jugar en la selección. El mundial sub 23 de Egipto, que nos tocó ganar, lo disfruté mucho porque fue un gran año mío que pude coronar siendo el “MVP” del torneo. La medalla en los Panamericanos de Lima, fue una experiencia diferente por el hecho de compartir con otros deportistas. Además, pudimos entregarle una medalla al país que era lo que más esperaba.
El accidente que le cambió la vida
–Se que tuviste un accidente muy grave ¿Qué pasó? En el 2014, en un partido entre Argentina y Brasil, fui a correr una pelota y cuando salté el banco de suplentes choqué las manos con una puerta de vidrio y al sacar una de ellas, me corté arteria, nervio y tendón. Me estaba desangrando, pero por suerte me salvaron.
Después de dos meses, cuando regresé a Buenos Aires, me dijeron que había que operarme de urgencia porque podía perder la mano, incluso nunca me quedó igual que antes. De ahí en más, me replantee muchas cosas, entre otras, que no solo tenía que jugar al voley sino también hacer otras actividades que también me gustaban.
–¿Por ejemplo el humor? De chiquito siempre me gustó hacer reír. Hace unos años hice un canal de YouTube y pude conectarme conmigo mismo, algo que me ayudó a ser más abierto y extrovertido. No quería solo ser jugador de voley, pero la gente no lo entendió y tuve que dejarlo. Ahora suelo hacerlo en mis tiempos libres de vez en cuando. Sin embargo, me gustaría armar un show de a poco y poder presentarme en bares o mini teatros cuando me retire.
Su carrera en Europa
Jugaste en varias partes del mundo. ¿Dónde disfrutaste más? Sin dudas, la liga italiana, porque es la mejor y la más vista. Estar en Siena fue de los lugares donde mejor viví, pero también Suiza y República Checa me parecieron interesantes.
¿Cómo es la relación con tus compañeros estando ahí? Es un trato copado, pero no es lo misma relación si fuese un grupo de argentinos. Se nota que son más fríos en algunas cosas, el argentino cuando está todo mal en la cancha y estamos perdiendo, hay 6 tipos gritando recriminándose. Acá, no hay tanto de eso.
¿Estuviste ahí cuando explotó la guerra entre Rusia y Ucrania? Sí, estaba en República Checa y por momentos tuvimos miedo. Sentí que se podía complicar y tendría que salir corriendo, pero por suerte no pasó nada. Teníamos un compañero ucraniano que nos contaba lo que estaba viviendo su familia y nos quedábamos helados, sin embargo nunca se me pasó por la cabeza volverme.
La vuelta al club de sus amores
Te tocó volver a Ferro, el club donde surgiste. ¿Qué significó para vos? Tuve el privilegio de hacerlo, Ferro es mi casa y así me hicieron sentir. Volví con mucha humildad y dejé todo para que quede en lo más alto posible. Me gustó mucho el hecho de hablar con los más chicos y poder contarle mi experiencia o lo que me preguntasen. Para mi, ayudarlos fue invaluable.
¿Se extraña mucho los amigos y la familia? Si, sobre todo este último año que la pasé muy bien ahí. Me costó mucho irme, pero es parte de mi laburo y es así como debe ser. Por suerte hay gente acá en en Suiza (actualmente juega en el Lausanne UC) que nos rodea, nos quiere y contiene.
Sueños pendientes y su «gracias» por lo que es hoy
–¿Alguien que le tengas que agradecer por todo lo que lograste? Tuve muchos maestros en la vida, a ellos le tengo que agradecer mucho, sobre todo a mi psicólogo deportivo que me hizo cambiar por completo como era yo como persona.
¿Sueños cumplidos y por cumplir? Haber ganado una medalla de oro y haber hecho un show de stand up es un sueño cumplido, pero siempre se puede ir por más. Lo máximo, sería volver a la selección y jugar en la liga italiana.
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